miamagia

Mia Magia

Cuando abrí los ojos me encontraba en otro lado. La luz del sol estaba tocando mi cara, me ardía tanto. ¿Cuánto tiempo habré estado así?
Me puse boca abajo, para dejar de provocar lo inflamado de mi cara. Sentía el corazón acelerado, y las pulsaciones las alcanzaba a sentir entre los dedos de mis manos.
No sé si fue un sueño, pero recordaba todo perfectamente. La mujer misteriosa, cuyo nombre no conocía, podía ser real. Me levanté, y me senté en la orilla de la cama con la espalda erecta.
Volteé hacía una mesa que se encontraba a cinco pasos de mí y me di cuenta que parte de eso no era un sueño.
Ahí estaba el poemario, o al menos un libro parecido al de mis recuerdos. No sabía en que punto del tiempo perdí noción de la realidad.
No había otra explicación para amanecer en el departamento que renté por un mes, amueblado y con todas las comodidades para vivir decentemente, nada de lujos.
La mesa era de caoba, y la cocina chica podía también ser vista desde donde me encontraba. Detrás de la cama, al lado derecho, había un pasillo que llevaba a otro cuarto que usaba como estudio. Entre esos dos, había un baño bastante agradable, quizá influía que esta casa había sido construida un año atrás.
La cama matrimonial tenía la vista directa al balcón, cuyas puertas, eran de vidrio. Los árboles grandes tapaban parte de la vista hacia la ciudad desde la cama, pero de noche desde el balcón alcanzabas a vislumbrarte con la belleza de la ciudad de noche; viendo lucecitas en todo espectro de visión ocular.
Mi mente recorría, las escenas, que tal vez soñé. Me seguía molestando la cara, por eso me levanté para verme al enorme espejo del baño que tenía un marco de cobre, cubierto de decoraciones góticas.
Al verme al espejo, mi mente visualizó la imagen de la gitana en el espejo; sabía que era el estremecimiento lo que me causó verla ahí.
Volví a cerrar los ojos, y al abrirlos seguía en el mismo lugar. Mi corazón estaba un poco más desacelerado, pero la adrenalina seguía corriendo por mi cuerpo.
Decidí bañarme y salir de ahí, para encontrar a la mujer que me dio ese libro. Pasó un rato, y estaba listo, salí del departamento bastante tranquilo con el libro en la mano.
Por ahora, sólo buscaría un lugar con Internet. Salí del departamento, las calles estaban vacías. No era la hora, era mi alma, estaba ido quizá si me tropezaba con alguien llegaría a pensar que era un dibujo o quizá una escultura.
Mientras caminaba, sobre piso rojo quemado y bastante rasposo, influenciado por los recuerdos, todo a mi alrededor me daba la sensación de ser inexistente. Me sentía inútil en un mundo donde el deseo de lograr cambiar las cosas se evapora en un mundo sin actos decididos.
Un ligero vértigo se apoderaba de mí, pero después de caminar por varias cuadras al estar cruzando la última esquina antes de tomar el camión veo a un hombre pidiendo dinero sentado sobre una repisa con dos de los tres dedos cortados solamente hasta los nudillos y con el dedo grueso completo.
Cuando me pidió dinero no pude responder, seguí caminando mientras me preguntaba si realmente la falta de mano lo hacía un discapacitado o tan sólo era una excusa a su dolor emocional.
Antes de terminar esa cuadra, volví a sorprenderme porque sentado sobre la acera había un hombre bastante viejo y decaído tocando muy mal la harmónica.
Ese hombre daba más lástima que el otro por su aspecto de suciedad y descuido. La señora que iba delante de mí le dio unas monedas, pero yo pasé casi sin mirarlo. Sentía lastima y desesperación al ver tanta pobreza disfrazada de vagabundez o indiferencia.
¿Porqué dedicarse a pedir dinero en la calle? «El salario mínimo, diminuto debería llamarse, junto con las pensiones son ridículas.» me dijeron mientras esperaba al camión. Una cosa es no tener dinero para comer o vivir tranquilamente y otra es jamás saciarse del “poder exterior” que el dinero se cree que brinda.
Veía desde lejos al señor con la harmónica, una señora de edad avanzada se me acerca y pregunta:
—¿El que camión que va a la clínica siete pasa por aquí? La otra vez me fui en un camión equivocado. Ya no leo bien de lejos.
—¿A que colonia o calle va? No conozco los edificios.
—Voy a La Catarina Santa, tengo que llegar a la clínica para cobrar mi cheque. Es increíble que esto me pase, tengo que viajar hasta allá, siendo que vivo aquí en el centro, hay más clínicas que allá y demás están las oficinas centrales. No entiendo porqué se empeñan en mandarme hasta allá. Fui y les expliqué, pero aún así no cambiaron nada.— me dijo con un aliento bastante desagradable— mi esposo murió en mayo, desde entonces he tenido problemas con esto. Él iba y cobraba. ¡Cómo me protegía! Ahora, todo es tan difícil si mis hijos no me dieran de comer, estaría grave —hizo una pausa, soltó una risa disimulada y continuó— pero, me hacen falta mis cigarritos. —después de decir eso, se rió más libremente.
—Pues si. —dije asentando con la cabeza.
—Conozco a mucha gente con mi problema, pero parece que los jubilados no tuvieramos voz. ¡Ah! Pero, en las elecciones ahí sí, nos buscan para el voto.
Levantó la mano para tomar el camión, se paró el autobús. Le confirmé:
—El camión sí dice que va para allá.
Subió al camión, y volteó rápidamente con una sonrisa y se despidió. Me quedé solo, esperando, bastante decepcionado por la situación existente.
En un instante, volvió a mi consciente el intento de música. Miré hacia el hombre y decidí caminar hacia él. Un señor, canoso con ropa y olor a vagabundo y sin talento, pero con un arma para atacar a todo aquel que se deje llenar de sentimientos.
Al mirar el otro lado de la calle, olvidé al señor y crucé la calle. Entré por una puerta de vidrio y me senté en una computadora. Abrí el mensajero, mientras trataba de recordar el correo electrónico.
¿Cuál era? Tantas impresiones… en tan poco tiempo…

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