miamagia

Mia Magia

Manejó diciéndome los lugares por los cuales pasábamos y me llevó a un lugar extraño, fuera de la ciudad. No sé porque me dejé llevar por ella.
—¿Mia, en dónde estamos?—Le pregunté.
—¿Por qué me llamas Mia?
—Vi el nombre en tus datos de contacto por Internet.
—¿Y les creees?
—Tú lo pusiste. Sí… Lo sé. Me llamo Luna. ¿Has oído del Temazcalli?
—No… ¿Qué es eso?
—Pues, hoy lo averiguarás.
—Pero… Me dijiste que haríamos un reportaje sobre la corrupción de tu país.
—Sí. Lo harás, pero quiero que conozcas a este país desde otra perspectiva. —Dijo mientras abría la puerta para bajarse del carro.
—¿Cómo sabes que no conozco esa perspectiva?
—Esperemos que no… La sorpresa será aún mayor.
Nos bajamos del carro y llegamos a una tienda especie de cabaña chiquita donde vivía el que cuidaba el predio.
Había una mesa de madera llena de frutas y vegetales.
—Come algo.—Me dijo Mia.
Tomé un poco de melón y me lo comí. En eso, llegaron al lugar otras tres personas. Nos saludamos y Mia me dice:
—Es hora de prender el fuego para calentar las piedras.
—¿Cuáles piedras?
—Vamos a bailar alrededor del fuego.—Me dijo Mia ignorando a mi pregunta como si la viera obvia.
Estaba nervioso. No lo puedo negar. Estaba en medio de la nada con una chica que apenas conocía e iban a bailar alrededor de un fuego.
Había asistido a mis clases de historia universal y me habían dicho que los antiguos aztecas solían hacer sacrificios humanos.
¿Qué clase de mexicanos eran estos? No sabía si preguntarle que iba a pasar o que significaba esa palabra: Temazcalli.

—¿Tienes asma o alergias? ¿Eres propenso a cualquier tipo de ataque nervioso?—Me preguntó.
—No.
—Perfecto.
—¡Ven!—Me dijo mientras me tomaba de la mano y me llevaba a un lugar todavía más escondido. Lejos de la cabaña, al menos todavía era de día.
Al llegar ahí, vi que los troncos ya estaban listo para prenderse. Habían cinco personas más entre ellos tres hombres y las demás mujeres. Empezaron a danzar y tocar música usando instrumentos tradicionales indígenas.
Hicieron una pausa y prendieron el fuego.
No sé realmente como se llamaban las danzas, pero si lo viera en un documental de seguro estaría entretenido e impresionado por el intentar preservar lo mejor de sus raíces.
Danzaron por varias horas hasta que se bajó el sol. En ese momento, el fuego de los troncos había quedado en brazas y al fondo unas piedras.
—Vas a tener que quitarte un poco de ropa, al menos la camisa… y el pantalón.—Me dijo mientras la miraba con una cara de extrañeza.
—¿Por qué le pregunté?
—¿Quieres entrar al temascal?
—¿Qué es? He estado intentando preguntarte todo este tiempo…
—¡Ah! Perdón. Es un baño al vapor con piedras de la montaña que acabamos de incendiar.
—Así, que eso es…
—Sí. ¿Quieres entrar? Ya está todo listo. Y te aseguro que hay pocas oportunidades de hacerlo en tu país.
Tenía razón. Al menos al parecer, no era un ritual para matarme…
—Esta bien.—Le dije mientras me quitaba la ropa y me dejaba los shorts que llevaba puestos para meterme a la alberca del lugar donde renté.
Me metí a una especie de tienda de campaña donde en el centro tenía un agujero para poner las piedras calientes.
Estando ahí, al inicio todo se veía sin problemas. Todo comenzó con la primera piedra.
—No puedo respirar bien.—Les dije.
—Es normal. Tranquilízate. Son los vapores de las piedras. Si sigues así, vuélvenos a decir.—Me contestó alguien en la oscuridad.
Nunca había sido claustrofóbico, pero estar en lugar pequeño como éste, exudando como nunca y sintiendo ese calor punzante me hicieron llenarme de pánico.
En la oscuridad, empezaba a ver pequeños destellos luminosos… Mi mente volvía a lo que le parecía el recuerdo. Regresaba otra vez a ese lugar misterioso, donde la gitana me tocaba la piel y esta vez todo mi cuerpo ardía.
—Necesito salir de aquí.—Fue lo último que dije antes de volver a perder conocimiento.

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