miamagia

Mia Magia

Le dije lo más pronto posible para no hacerlo enojar:
—¡No! No es nada de eso. Yo no soy de aquí.
—¿Vienes del sur? Yo soy de allá. Aunque no tienes acento… —Me contestó.
—Sí. — Le dije por temor a ser rechazado. Si hablo bien español, no tendría porqué perderme de conocerlo como si fuera parte de ellos.
Lo más preocupante al decirle esto es que físicamente era güero, y no me creyera, pero eso no quita que podía haber vivido allá como residente permanente.
Me preguntó:
—¿De qué lugar? Tengo familiares en Uajata. Ellos venden artesanías, apenas se logra sobrevivir con eso allá, pero esta difícil en la época baja de extranjeros.
—Pues no soy de allá.
—Bueno, vamos. ¿Tienes dónde guardar mis cosas?
—La verdad no, ando a pie.
—Vamos al mercado. No puedo estar contigo mucho tiempo de todos modos. No quiero meterme en problemas. Lo llevo donde esta si me compra uno de estos y me paga el transporte.
—Esta bien.
Fuimos a una parada del camión, cabe mencionar que el sistema es horrible. Se tardó como veinte minutos pasar por ahí y para acabarla de amolar se fue derecho, no se paró por estar lleno, supongo.
Ya cansados de estar ahí parados, comenzamos a platicar.
Me dijo:
—Recuerdo cuando tenía la esperanza de un cambio, pero sabes no lo veo.
—¿Por esto del camión?
—Por eso, y no sé.
Le pregunté:
—Pero, ¿eso es culpa del gobierno? ¿No pagan transporte privado?
—No sé, pero ya verás como esta sucio a morir. A mi lo que me importa es sentirme bien, y estar tranquilo. Ellos sólo piensan en su…
En eso, pasó otro camión. Le hicimos una seña para que se parara. Lo hizo rápidamente, mientras pagamos el pasaje se arrancó casi tumbando al señor con sus productos de venta. Tomamos un camión de color blanco con un anuncio publicitario a sus costados.
Ya tenía un dolor de cabeza por la situación. ¡Qué desesperante! Efectivamente, había una bolsa abierta con basura dando vueltas en un asiento paralelo al que escogí. No hablábamos.
Nos bajamos enfrente de un edificio alto amarillo naranja. No había anuncio del lugar al que llegamos, pero antes de entrar me aventó lo que traía para vender y me dijo:
—Este es un famoso mercado. Aquí puedes comer. ¿Cuál de estos quiere?
—El blanco.— le contesté apuntando a los delfines blancos que colgaban de una bola central metálica. Supongo eran para la decoración exterior, puesto cada delfín tenía a su alrededor una titas de metal que sonaban al moverlas. Lo tomé, y le pagué sus cincuenta pesos. No sabía exactamente donde me encontraba, pero traía el mapa.
El señor se estaba había ido mientras inspeccionaba el lugar. En la acera de enfrente, cerca de la esquina veía a gente caminar entre sillas de la pescadería y su restaurante.
Las mesas de plástico sin clientes estaban medio llenas de moscas, pero la gran mayoría de las mesas estaban ocupadas. Me acerqué al lugar y pregunte:
—¿Alguien sabe que venden en aquel edificio?— señalando al anaranjado. En el centro del cuarto una señora de falda larga blanca y blusa color rosa mexicano me dijo con voz profunda rasposa, quizá por haber fumado en la juventud:
—No eres de aquí… ¿verdad?
—No.
—Es el mercado Jurares, pero ten ciudado dicen por ahí que secuestraron a un extranjero hace poco.
—Gracias.— Le dije marchándome.
Salí del lugar, y hacía un calor agobiante. Las temperaturas a las cuales estaba acostumbrado a temperaturas oscilando entre veinte y veinticinco grados. En este lugar, treinta grados es algo normal.
¡Qué sofocante! Aún así, no era tanto calor, debo admitirlo. Al entrar al mercado empecé a entender la cultura de la región.
Vi a lo lejos puestos de plantas y veladoras religiosas. Mientras caminaba hacia el puesto más cercano me detenían para decirme:
—¡Pásele! ¡Siéntese!
Sólo moví la cabeza en signo de negación y seguí caminando. Pasando enfrente de un puesto con muchas velas y pregunté si se dedicaban a la magia. El señor me contestó:
—Aquí no. Estas cosas son religiosas, quizá en otro puesto.
Estaba el local lleno de cuadros religiosos y otras figuras en la parte superior. Debajo de mis manos, estaba una vitrina para poner cadenas y dijes religiosos. Hacia la izquierda había una caja, y en su parte superior decía «Tierra de San Juan de los Lagos».
—¿Porqué vende tierra?
—Observe bien.
—Pues la tierra tiene forma de algo, ¿una mujer?
—Sí, es la Virgen de San Juan— dijo con una voz un tanto sosa, era obvio para él— ¿No sabes quién es?
—No, pero ¿es milagrosa?
—¡Ah, claro!— dijo e inmediatamente dejó de mirarme, puede ser que se aburrió de mi ignorancia o estaba ocupado.
Seguí mi camino, más adelante encontré un puesto lleno de hierbas aromáticas. Este locales veía más interesante hasta sentía un poco de miedo. El escaparate de este local estaba lleno de figuritas peculiares como calaveras y muñecos. Lo tenebroso no era sólo las cosas que tenían, sino la mujer que me miraba profundamente. Sentía como si me estuviera desnudando hasta el alma. Estaba a punto de marcharme cuando me gritó con una voz desesperada:
—¡Espera! Veo algo en ti.
Sorprendido un poco y absorto en mí mismo, me le quedé mirándola a los ojos. Fue un sentimiento de ardor en cada centímetro de mi piel y su voz entumeció mis pensamientos. Me continuó diciendo:
—Tu no eres de este país, vienes de Europa.— Probablemente mi tono de piel le dio esa impresión, puesto tengo una tez blanca, un poco pecoso y pelo café claro. Ella continuó.— Tienes algo que hacer aquí, una misión. Hacía tiempo no veía a alguien así. Sabes que pienso, te van a robar. Te cambiará la vida. Lo sé y será de mucho valor.
No solté la carcajada por todas las sensaciones confundidas que sentía mientras me hablaba. Resultaba absurdo su comentario.
—Con esa muchacha— prosiguió la señora hablando lentamente como si tanteara mis expresiones para seguir hablando— descubrirás en el viaje sentimientos increíbles. ¿Cómo te sientes ahora? Hum. No. En realidad, es cómo te podría hacer sentir y eso quizá aún no lo sabes.
Yo no creía en esas cosas, pero… ¿Cómo sabía sobre la chica? Quizá… Sólo estaba adivinando. ¿Será?

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