miamagia

Mia Magia

Me quedé pensando por casi un minuto sobre lo dicho y repliqué:
—¿Por qué me dices esto? ¿Qué ganas?
—Algo, pero no es dinero. Muchos si lo logras serán beneficiados en su entorno.
—Pues, si tanto pareces saber… ¿Qué debo hacer?
—Te irás dando cuenta, pero te adelantaré algo. Búscala y una vez encontrada pregúntale sobre su vida. Conócela y comienza a escribir. Cuando lo logres y termines estarás próximo a morir.
—¡No puede ser! Tengo veinticinco años. No quiero morir.
—No lo tomes tan a pecho lo que te digo, muchacho. No hay destino. Tú escoges lo que haces.
Estaba confundido, pero lo sabía. Lo grave era el sentimiento de veracidad corriendo por mis venas, después de escucharla.
No tenía palabras para responderle y tenía miedo de preguntarle más cosas. Susurre entre mis dientes:
—No sé, creo que tengo prisa…
Muy nervioso y atolondrado comencé a caminar hacia los otros locales. A lo lejos, había un lugar parecido de donde había visto una hermosa gitana de reojo unos minutos antes de toparme a la señora adivina.
En eso, envuelto de los olores extraños y mareado, sentí cómo me tomaron del hombre y me jalaron hacia atrás.
En eso, vinieron a mi mente las palabras de la señora y en mi mente retumbó «Dicen que aquí secuestraron a un extranjero… ».
Yo era uno de ellos, y mientras perdía consciencia sintiendo una aguja entrar por mi cuello.
Pasó el tiempo, y desperté en un cuarto. La gitana estaba sentada a lado de mí y me dijo:
—No había terminado de hablar. No debiste haberte ido.
—¿Irme? ¿De dónde? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Casi nada. Sólo unos minutos.
—¿Dónde están mis cosas? ¿Mi libro?
—Tranquilo… No pasa nada. — apuntando a un buró dijo— Están allá.
—Ya me quiero ir.
—No puedes irte, naciste para morir en mí.
—Te voy a sacar el alma…— dijo mientras tocaba mi pecho con su dedo índice de la mano izquierdo, subiendo lentamente, hasta llegar a mi cuello.
Con la otra mano, comenzó a tocarme la cara; mientras hacía eso, sentí como la piel donde me tocaba ardía. Así siguió, hasta que toda mi cara ligeramente se encendía. Me miró a los ojos, mientras susurraba:
—Si tratas de irte, morirás pronto. Quédate conmigo, y vivirás…— se calló unos segundos mientras sonreía.
Logré ver bien su cara, era hermosa, su pelo largo y ojos perla negra. Quizá el destino me estaba amarrando a ella, pero aún sólo sentía el ardor de su toque con su voz terminando de decirme. — eternamente. Cambiaré tu vida.
Al callarse ella, a lo lejos alcanzaba a escuchar una voz femenina, bastante sensual diciendo algunos versos:

Te tengo en mis reflejos,
en los cantos de las nubes
y en las estrellas del llanto.

No te vayas, te dice ésta,
la sombra de mi mirada.

Sabes que si te tengo que olvidar,
dejaré los sueños para tus ojos
y anhelaré a los segundos
como si fueran parte de mi alma.

No te vayas, me dices con el viento
que roza mis suspiros.

Sé que eres la luna y sol
cuando atardece en mi corazón,
como lo es el fuego para el frío,
tú para mi interior, quemas tanto
que como sueño vagabundo
te me enredas en todas partes…

Se levanta bruscamente la mujer, se disminuyó el ardor de mi cara al alejarse de mí.
Se acerca al libro, lo toma y comienza a hojearlo. Mientras lo hace, me da una mirada extrañamente apasionada que me hacen sentir el ardor en la piel donde me acaba de tocar.
Detiene de hojear al libro, y lo mira y empieza a leerme:
Intriga el protocolo, la angustia de una realidad
ahogada en los antifaces de la corrupción.

Se le llama a este fenómeno,
delirio de la serpiente dorada,
ese anhelo de convertirse
en la esfera de una población.

Se pinta de transparente,
pero lo podrido
se refleja en sus almas.
¿Por qué estarán tocados por ese poderío?
¿Por qué serán sanguijuelas
que invitan a ser intachables?

Si ellos son parte, si nosotros lloramos
por la justicia ahogada en lamentos
que laceran el deseo de ser ese país
fortalecido por la rectitud.

¿Cómo derrumbar caretas podridas
que se pintan de nuevas?

Hablan y tratan de derribar
las cicatrices de un pueblo ardido,
un pueblo callado, cuando sus ojos
se tapan en ignorancia.

Merecemos más que estas palabras,
que ataques llenos de ardores de pecho,
que deseos de llegar a convencer
a los hombres de su gran capacidad,
pero las fugaces habladurías parecen
hechizar en tono de pelea.

No ven al tiempo consumirse
en palabrería insensata,
en embellecer lo podrido,
¿será eterno este baile de la política?

Hoy, no me entero… Confirmo
lo triste de nuestra realidad.
Si miráramos hacia el cielo
y llegáramos a ser luz…

¿Quiénes nos continuarían
con la purificación de este país?
¡Quién! ¿No hay quién? ¿No hay hacia donde?

Somos nosotros, los primeros y los últimos
convertidos en esperanza.

Quiero deshojar a la corrupción,
pero la mirada va hacia palabrería
insensata que confunde
y derriba la poca intención.

Las serpientes y sanguijuelas,
dicen y se mueven,
mienten y la ignorancia admite.

¿Cómo derribar tanta corrupción enferma
para tocar lo dorado lo un país dolido?

No comprenden que la vida
no puede surgir de la demagogia,
sino de la ciencia que empuja
a este mundo a crecer.

La ciencia nos invita, nos agrega,
desde un mundo de raciocinio
donde su meta es llegar a tocar el cielo
y ser la luz, movimiento del pensamiento
que cambia lo tradicional.

El cambio es ser luz.
El cambio es ver hacia
el conocimiento libre,
ese destello luminoso
que nos hará sublimar
como seres humanos,
como país, un mundo de luz.

Terminó, y se acercó a mi otra vez, y me empezaba a acariciar la cara.
Arrancó las hojas en donde estuvo leyendo y tomo la veladora que estaba en la cabecera de la cama. Y la puso en mi pecho, tomo una de las hojas que había arrancado y la quemó enfrente de mi boca. No podía creerlo.
Trataba de hablar, traté de levantarme y no podía. Trataba de detenerla, pero no podía.
Mis músculos estaban inmóviles. ¿Qué droga me inyectaron? Estaba algo ido por los aromas que emanaba el incienso.
Comenzaba a desesperarme, y por ello, siento que se acercó a mí y me beso el cachete derecho, cerca de mi boca.
Todo había terminado, estaba perdiendo el conocimiento, otra vez. Cerré los ojos, mientras me entregaba a un estado de completo pánico en un silencio embriagador.

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