miamagia

Mia Magia

Me vi otra vez sentado en la plaza junto con Mia.
—¿Qué pasó?—Le pregunté.
—¿De qué hablas?—Me contestó.
—¿A dónde fui?
—No fuiste a ningún lado. Me asustaste.
—¿Por qué?
—Estoy casi segura que perdiste el conocimiento unos segundos.
—¿Cómo le llamas a este lugar que penetra tu existir?
—¿Leíste ese poema?
—No, lo escuché.
—¿Dónde?
—La gitana.
—¿Quién es ella?
—No lo sé.
—¿Estas bien? ¿Quieres que te lleve con un doctor?
—No… Sólo estoy confundido, pero ha de ser por el viaje y todos los cambios que estoy viviendo.
—No me la creo, algo te esta pasando. Si pudiera le echaba la culpa a la corrupción de lo que te pasa.—Dijo con una risa ligera.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué te ha pasado?
—¿Por qué quieres saber? Si te lo digo, para empezar, no me lo creerías.
—Inténtalo.
—De hecho, no necesito que me creas. Las pruebas lo documentan.
—¿Te importaría si te entrevisto para contar tu historia en algún reportaje?
—Quizá…
—Entonces, vamos a comprar una libreta para tomar apuntes.
—¡Ah, no! Ya no sé. ¿Qué has escrito?
—Pues más que nada notas en periódicos. Mmm…
—Por cierto, ¿Tienes pasaporte?
—Sí, ¿Por qué el interés?
—Tengo que verificar quien eres. No me importa darte la historia, si narras bien lo que te voy a contar. Para mí, es peligroso contarte esto… En sí, decir los hechos con los nombres reales… Puede causar furor… Mucha gente puede terminar en la cárcel, y obviamente, harán todo por no caer en eso. Y lo más importante es entender lo que sucede.
—¿Tienes miedo a que te maten?
—No sé. Todo puede pasar.
—Estamos de acuerdo, entonces. Intentaré hacer una novela, quizá en mi país puedo publicarlo sin problemas… ¿No crees?
—Sí, pero es aquí donde está el hambre de limpiar su la realidad.
—Vamos a la papelería. Ten mi pasaporte.
Se lo di, seguía viéndolo mientras la seguía a la papelería y me dijo:
—Quiero una copia de tu pasaporte. Espero no te opongas.
—No. —le dije entrando a la papelería con una discreta sonrisa.— ¿Estamos?
Cerca de mi oído, oí una risita disimulada susurrándome:
—¿De dónde aprendiste ese “estamos”?
Me quedé parado aparentemente buscando el área de libertas, pero estaba un poco idiotizado. Su cara estaba en mi mente mientras su voz se me introducía.
En ese momento, busqué a Mia, pero no la vi. Me asomé por cada pasillo, y no estaba ahí. También, me asomé a las copiadoras y no había rastro de ella.
«La canija me está jugando una broma» pensé en voz alta. Pasaron diez minutos, y comenzaba a preocuparme. Ella todavía tenía mi pasaporte y perderlo así me dejaba indefenso.
Comenzó a molestarme aquel sueño, en donde conocía a la gitana.
Me sentía como aquella vez, solo, sin libro y pasaporte. ¿Acaso todas mis pesadillas se irían haciendo reales poco a poco? Algo me pasó en aquel mercado, pero ¿qué?
De la nada, sentí una exhalación profunda en mi cuello y las palabras:
—¿A dónde vas, chulo?
Sentí escalofríos recorrer los centímetros de mi lado derecho del cuerpo comenzando por cuello hasta mis piernas.
Cuando volteé, me tranquilicé.
Sí, suponen bien.
Era ella, pero distinta, algo había cambiado. Estaba más seria, sus ojos eran los de la gitana, negros. ¡No podía ser! Quizá estaba imaginando cosas; es tan fácil engañarse a sí mismo. Sentía una revoltura de emociones encontradas.
¿Quién era ella?
Me inmuté ante su pregunta y la voltearla sólo le dije con la cabeza en alto, un poco sangrón:
—¿Y mi pasaporte?
Me miró con unos ojos tan llenos de vida que ignoré eran idénticos a los de la gitana. Me derretía al sólo ver la luz interna que irradiaba como faroles de mercurio.
—Hora de irnos. ¿Pagaste? —viendo como ignoró mi pregunta y trató de imponerse. Decidí seguirle el juego hasta que se calmara.
Recordé que no había pagado la libreta, pero ya no quería perderla de vista. Tenía que recuperar primero mi pasaporte.
—No tengo nada que pagar.
—¡A que bien! —dijo moviendo la cabeza de un lado hacia otro, muy coqueta.— pues, como no tienes más opción, sígueme.
—Si tengo.
—No tienes… Créeme.
—Vine en auto.—Le dije mientras le enseñaba las llaves.
—Genial. Yo manejo.—Dijo mientras me las quitaba. Y prendía la alarma para encontrarlo.
¡Qué mujer! ¡Me estaba haciendo seguirla!
No lo podía creer. Ni una mujer había logrado eso, y esta latina, me hacía vivir el papel inverso.
Decidí seguirla, aún estábamos en el centro comercial, hasta llegar de repente al mismo lugar por dónde entramos.
—Vamos al centro —me dijo todavía seria— ahí te voy a contar un poco de la situación.
—¡Con que no vayamos a algún mercado!—Le exclamé en tono de broma.
Todavía seria, me dice:
—Bien. Ahora, quiero aclarar algo.
—Dime…
—No me interesas. Todo esto es estrictamente profesional.
Sentí como caía un balde de agua fría recorría mi cuerpo. Esto iba a ser muy interesante, un reto…

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